sábado, 15 de agosto de 2015

Hombre del balcón

Puro en la mano, camisa azul de manga corta, bermudas bastante viejas, el diario abierto por la página de deportes y la silla de madera cerca de las plantas… ¡Ah no! ¡Que te has comprado una nueva! De color rojo pasión eh…el mismo del  que se te tiñen los mofletes cuando salgo ligerita de ropa de la ducha y volteo por MI cuarto (remarco el “mi” porque supuestamente debería tener algo de intimidad) hasta darme cuenta de que tengo la persiana medio subida y como no, muy atento hay que decir, mi gran fiel seguidor: tú; Hombre del balcón.

Vayamos a ver nuestra rutina (te incluyo ya en ella porque si tú no estás entonces no es rutina):

7:14. Hora de despertarme: abro los ojos, coqueteo con mi cama que tanto quiero, pienso con una sonrisa de oreja a oreja: “¡Qué maravilloso será el día de hoy!”  (Sí, la ironía viene desde buena mañana), subo las persianas y… ¡Bingo! ¡Ya has visto el pijama nuevo que me he comprado! ¡Olé, olé y olé! Si hasta parece que se enciendan los focos inexistentes y desfile de la puerta a la ventana como toda una profesional. No te pido opinión “hombre del balcón”  porque doy por supuesto que te encanta como todos los demás, aún que tú y la expresión facial no hicisteis migas por lo que veo… ¡Ah! Deja ya de leer el mismo diario siempre por favor, que el mundo avanza y el tiempo pasa sabes, el papel no se actualiza cariño… Tenemos un estanco en la esquina, puedes ir a comprar uno de nuevo, aún que eso implica levantarte de la silla…  Quizá vendrán paparazis y todo a tomar constancia del momento que marcará un antes y un después en la historia de la humanidad.

Y esto sólo es la mañana. (Importante el dato de que el puro no se ha acabado.)

Al mediodía no cruzamos miradas, pero suficiente tengo con la 
tarde.

Que sepas, que a partir de ahora, cada vez que haya algún concepto que no haya acabado de entender en clase, telepáticamente te pediré ayuda, ya que te muestras tan atento cuando estoy estudiando que parece que quieras enseñarme algo.

Lo mismo que cuando tengo que ir a coger el autobús y no encuentro las llaves. Parece que las hayas escondido tu y con esa sonrisa poco confiadora te estés burlando de mí o conmigo.

Y no te hablo cuando hay algún amigo o amiga y estamos tranquilamente charlando y riendo un rato; O lo intentamos. Como no, si es que, como no, estás intentando interferir en nuestra conversación de la cual obviamente (que se note la ironía otra vez)  sabes todo a la perfección sin descuido de ningún detalle.

Cae la noche. (El puro igualito que a primera hora.)

Con un poco de suerte estarás cenando, pero yo por si acaso me escondo entre las sábanas para ponerme el pijama, a estas horas no tengo ningunas ganas de desfilar para ti ni recrear aquí un show, lo siento.

Y es hora de bajar la persiana y decirte “Buenas noches, hasta mañana”.

La verdad eres un buen hombre; Eres sencillo y fiel amigo de los tuyos (lo digo por la estrecha relación con tu silla y el diario).


Y no mentiré, que si algún día al despertar ya no estás ahí, sentadito en tu balcón, con el diario de antes de la guerra civil y con el puro que nunca se acaba, todo cambiará.









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