viernes, 26 de diciembre de 2014

Marinero sin timón

Accedí a la petición de ser tú mi singular marinero.
Sé que a oscuras noches aprendiste a la perfección el camino de mí torso.
Noté tus sutiles yemas palpándome sin tocar, esa fina línea entre el placer y la obsesión. A ciegas tomaste el control de mí, pobre e inocente nao.
Declarantes de la alborada. Eras como pintor sin pincel pintando en lienzo sin tela. Mi paleta 
de irreales ilusiones que a solas creaste, fueron tus fieles ayudantes. Las mezclaste, así, sin piedad, creando nuevos delirios aún más potentes, con algo más que esperanza. Hiciste de ellas un fascinante amanecer que acabó cayendo, en ruinas de granos de arena para poder reposar, que por tu tosquedad, ignoraste como invierno a verano haría.
Te rozaba suavemente el cuerpo impregnándote del pecado de la lujuria,  y a mí, me cosquilleaba con delicadeza creándome intenso libido. Ambos gozábamos de tal sensación. Dócil brisa del mar, culpable del estado de éxtasi en el que nos adentró. No podemos negar que llegamos a disfrutar, pero alto y claro si que afirmaré que lo destruiste por tu peculiar e inútil manía de querer más y más y no saber parar.
Necesidad de controlar era la tuya, de crear con nuestras corazonadas enormes velas. Fueron ellas las capaces de orientarnos por los caminos que tu quisiste recorrer, por las aguas cristalinas de las tinieblas y las temerosas olas del paraíso.
Tripulante de un barco sin timón, quisiste dominar los vientos y surcar los mares. Abstente de mapas ni brújulas, creíste ser el Norte y yo el Sud.
Borracho del vino tinto curado que encontraste en mi bodega, a copas por horas quisiste ser, un sereno timonel de las furiosas mareas.
Recorriste mi cuerpo de proa a popa, de babor a estribor, danzando con la luna y cantando canciones de los antiguos bucaneros que ni tu mismo sabes de dónde sacaste. Me perfumaste con el espantoso aroma de tus labios que tanto deseaba, y a ciegas tomaste el control de mi inexistente dominio.
Quisiste tantear las orillas, creando de nuestros momentos remos del roble más firme. Sigilosos gritos de las sirenas creadas de tu propia imaginación, te pedían arropo, descanso, parar, pensar, y tú, tozudo por los globos sin hilo repletos de sueños que me atrevería a llamar pesadillas, continuaste, sometiéndome en tus brazos.
Cañones de acero a mis costados. De ellos aprovechaste para lanzarle a la nada con tu característica rabia haciéndome sufrir, balas repletas de todo el dolor y el rencor, de los errores y las confusiones, de las preguntas a las cuales nunca les hallamos respuesta común.
Y tú, tal marinero audaz, con miles de pájaros sin rumbo volteando en tu cabeza, me prendiste, a mí, barco sin timón, para acabar dominándome así sin más.


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